Si dios existe es seguramente un egocéntrico a quien no le importa lo vil y despreciable que seas, siempre y cuando le adules y finjas sumisión. Le importa un carajo que seas una persona buena, honrada, decente y responsable; si no te rindes ante su omniprepotencia vas a tener una vida miserable.
Parece que lo único que le agrada es ver a todos ir como corderos a cargar procesiones en semana santa, con la intención de tomarse la mejor fotografía pero sin la más mínima intención de redimirse por sus faltas y proponerse un cambio para mejorar. Le excita ver las erecciones de los hombres que ven con lujuria a las féminas con sus vestidos negros mientras ellas llevan en sus hombros a sus ídolos cristianos. Le fascina ver la subordinación de las devotas ante los padres, maridos, hermanos, novios y desconocidos. Y esos son solamente algunos de sus pasatiempos, tiene otros que le encantan, por ejemplo los evangélicos, los protestantes, los mormones, etc, cada uno de ellos le presenta diferentes placeres y entretenimientos. Se alimenta de la hipocresía y avaricia de las hermandades, se nutre de la ignorancia y debilidad de los pobres, a quienes quiere cada vez más pobres y mas ignorantes.
Ah!, pero no vayas a tener el descaro de pensar de forma distinta, ni siquiera tengas la desfachatez de ser un buen ser humano, porque si no eres cristiano no importa lo bueno que seas, vas a sufrir los tormentos de su amado infierno.
domingo, 14 de abril de 2019
martes, 7 de febrero de 2017
El Decepcionado.
Sentado en una banca situada
frente a su facultad, se encuentra un estudiante con cara de tristeza, de
hastío, de decepción. Piensa en todo el tiempo que ha perdido estudiando una
carrera tan inútil, tan carente de utilidad en estos tiempos en lo que la computadora
domina todo ramo laboral en el mundo. Piensa en las razones estúpidas por las
cuales abandonó la facultad de ingeniería, recuerda el romanticismo ridículo
que lo llevó a seguir una carrera que nunca le iba a generar un empleo bien pagado.
Lleva un buen rato sentado en
aquella banca, al ir finalizando su quinto cigarrillo se acerca un compañero de
clases a preguntarle la razón que le provoca esa cara tan amargada. Cuando el
decepcionado le da cuenta de las razones el compañero le dice:
- ¿Cómo es que pensás eso?, date
cuenta que en este mundo el éxito no se mide por la cantidad de dinero que
ganás en un trabajo, eso es lo más ridículo que podés pensar. Podés ser feliz
con un trabajo humilde, podés sobrevivir con un salario mínimo. Recordá que si
hacés lo que amas el éxito va a venir por sí solo. Si sólo pensás en el dinero
jamás vas a ser feliz.
Dichas esas palabras el joven se
levanta, se despide y se retira del lugar. El decepcionado solo piensa en la adinerada
familia del joven que se acaba de ir y piensa en lo fácil que es hablar de no
necesitar dinero cuando la familia tiene lo suficiente para mantenerlo sin
trabajar.
Tres cigarrillos más tarde pasa
por el lugar aquella catedrática tan optimista que siempre le animó a seguir
adelante. Lo saluda y escucha el mismo argumento decepcionado, a lo que
responde:
- Hay decepcionado, usted deje de
estar pensando en esos absurdos. Trabajo hay, búsquelo y lo encontrará, deje de
estar quejándose porque ya no es un niño berrinchudo. Usted quiere ganar
millones de la noche a la mañana y la cosa no es así, hay que pasar años en un
trabajo para que le lleguen a pagar lo que usted quiere ganar.
El sermón dura unos minutos más,
luego ella se levanta, se despide y se larga del lugar, con la satisfacción de
haber ayudado a un alumno en apuros existenciales. Por mala suerte no crecí en
su época, por mala fortuna no hay trabajo en la universidad para alguien como
yo, por una mala jugada de la vida yo soy yo.
Él se queda sentado en la banca,
viendo a los estudiantes pasar y recordando que los únicos trabajos,
relacionados con sus estudios, que le han ofrecido son de ventas de libros.
Genial, cinco años quemándose las pestañas y lo único que puede hacer es vender
libros. No es que sea una labor deshonrosa pero… por favor, vender libros, y ni
siquiera es negocio propio, vender libros para enriquecer a alguien más.
Recuerda el trabajo ofrecido en un periódico, horario extendido, trabajar horas
extras no pagadas y con días de descanso casi cada dos semanas por menos que el
salario mínimo, vaya que es un campo profesional muy bueno.
El décimo cigarrillo está a punto
de morir. El decepcionado se levanta, tira la colilla del cigarro, escupe al
suelo, se acomoda los lentes y con los puños cerrados lanza un insulto en
silencio hacia el edificio que durante cinco años lo vio ir y venir. Debe
regresar al centro de llamadas donde es un número más, pero donde al menos gana
más que un profesional graduado de su facultad. La decepción es grande pero
tiene que resistir los agravios, el idioma extranjero y el “trabajo bajo
presión” porque las cuentas no se pagan por arte de magia y la medicina de la
abuela no es barata, ni el dinero que le debe dar a los delincuentes crece en
los árboles y ni el piloto del bus lo dejará viajar gratis (porque no es
ingeniero en sistemas para tener el dinero suficiente para comprarse un carro).
miércoles, 20 de enero de 2016
¿Por qué no estudiar literatura?
Como ya lo he dicho en más de una
ocasión, históricamente el romanticismo dio paso al realismo, de igual manera la ilusión y
esperanza de poder conseguir un trabajo bien remunerado al concluir mis
estudios de literatura dieron paso al duro golpe recibido cuando me di cuenta
de que la realidad es otra.
Del grupo que estudiamos juntos (y algunos otros que se cruzaron en el camino) uno o dos personajes lograron
encontrar (con fortuna) un trabajo que se relaciona con la profesión, pero algunos
(yo incluido) de los que logramos terminar la carrera estamos justo igual a
como estábamos hace cinco años aproximadamente, en nada, intentando sobrevivir
en trabajos mal pagados; yo, con jefes cuyo único talento es saber hablar en
otro idioma y soportando clientes ignorantes que le hacen añicos la alegría y
las ganas de seguir viviendo a los empleados como yo.
Es importante que existan esas
carreras dicen, ¿importante para qué?, para recordarle a la gente que lo
importante no es un título universitario si no tener los contactos correctos
para tener un trabajo soñado. Si estudias letras tendrás un sólido conocimiento
cultural e histórico para que puedas ser un ente de cambio social; claro, se
nota el cambio que estoy logrando en la sociedad siendo un asalariado
guatemalteco fingiendo ser un gringo para
un empresa que me ha asignado un nombre ficticio para que sus clientes no se
molesten porque soy un latino. Es importante conocer tu lengua materna; por
supuesto, lástima que mi trabajo consiste en escribir todo en inglés, pero
puedo enviar mensajes de texto y escribir en redes sociales sin una falta
ortográfica, eso debe ser importante.
Si alguien llega a leer esto
algún día y tiene el deseo de estudiar literatura, sólo puedo advertirle esto: 1) Es una carrera diseñada para gente que tiene el contacto correcto para
conseguir trabajo al finalizar los cinco años de estudios. 2) Si el
nepotismo no está a su favor que se abstenga de seguir adelante con sus sueños,
“los sueños, sueños son” dijo Calderón de la Barca (para eso sirve la carrera
también, para hacer citas bonitas). 3) Si está dispuesto a llevar una vida plagada
de carencias, y puede soportar ser el hazmerreír de sus amigos ingenieros,
abogados y médicos, pues entonces letras es la profesión indicada. De lo
contrario será mejor considerar una profesión más rentable o bien estudiar el
idioma inglés, al fin y al cabo quien sabe hablar inglés al cien por ciento
tiene asegurado un empleo muy bien pagado y sin necesidad de quemarse las
pestañas más de cinco años.
Desafortunadamente a mis casi 36
años de edad he abierto los ojos, demasiado tarde. Habrán algunos optimistas que me podrían
decir que nunca es tarde y que puedo estudiar otra carrera, pero el pequeño gran
inconveniente es que en este país tercermundista te vuelves obsoleto cuando
pasas los 30 años de edad, no importa que te gradúes de abogado o ingeniero, si
tienes más de treinta años eres inservible para las empresas. Alguien escribió que es malo medir el éxito por medio del poder adquisitivo, pero hay que ser muy honesto al respecto, soy feliz si tengo comida, techo y salud (cosas muy básicas porque puedo mencionar un par de cosas más), todo eso es caro (que alguien se atreva a negarlo) y si no tengo dinero (poder adquisitivo) no puedo pagar un buen doctor, voy a vivir en condiciones precarias (en una colonia marginal al borde del barranco -la novela se cuenta sola-) y seguramente no podré comer bien, en resumen fracasé, dicho de otra forma, no tengo éxito. La situación se pode más difícil si tengo esposa e hijos. Si no puedo mantenerme bien y no puedo darle buena vida a mi familia entonces ¿soy exitoso o no?
De que me sirve la pequeña
biblioteca que he logrado reunir, es mentira que los libros me hacen viajar a
otros mundos, no es así y nunca lo será. Es mentira que son amigos fieles que
te hablan, hay que estar drogado para creer eso. Pero lo peor
de todo es creer que los libros son un tesoro invaluable cuando en realidad se
deprecian con el paso del tiempo (a menos que por buena fortuna caiga en mis
manos una edición de Don Quijote de la Mancha de Ibarra, o una biblia de Gutenberg).
domingo, 17 de mayo de 2015
MOTIVO
Un crimen más, un crimen menos.
Razones, motivos, excusas para el delito siempre existen, siempre son válidos
para el criminal, inválidos para la víctima, indiferentes para mí. Este
uniforme y esta placa me vuelven anónimo, me transfiguran, me empoderan. Puedo
ser juez y verdugo cuando en realidad soy el criminal, como sucede frecuentemente.
La ley me ayuda a poder realizar lo ilegal, la balanza de la justicia yo la
hago balancear para el lado del mejor postor.
Si alguien está leyendo esto es
porque ya debo estar muy lejos, en otro país, prófugo y disfrutando de los
frutos de mis “comisiones”. Si quien lee este documento se pregunta por qué
estoy escapando, le contaré a continuación.
Mis manos están teñidas con la
sangre del infeliz que fue encontrado muerto en los baños públicos del parque
ubicado en el centro capitalino. Nunca se supo quién fue el responsable, yo me
encargué de que nunca se averiguara. Las noticias informaron que murió de 33
puñaladas en el pecho y abdomen, pero en realidad fueron cuarenta en el pecho,
abdomen y espalda. El día del ataque fue un veinticuatro de diciembre, el año
el lector lo sabrá porque fue un caso muy famoso.
Para no extraviar al lector, debo
aclarar que el siguiente párrafo parecerá no tener relación alguna con mi
historia pero… créame que sí, la tiene.
La mañana del veintitrés de
diciembre el joven Ahmed Abu-Gosh, hijo de un árabe un tanto adinerado, salió
de su casa en zona catorce para ir a casa de su novia, luego al supermercado a
comprar comida y licor para la fiesta navideña de su club de “beneficencia y
apoyo al desamparado”. A las diez de la noche del mismo día, fue detenido por
una unidad policial por conducir a exceso de velocidad en estado de ebriedad y
por intentar agredir al oficial que le hizo el alto con un cuchillo de cocina.
El padre del detenido se presentó a la estación, donde estaba retenido el
mencionado Ahmed, para llevar a cabo el procedimiento y “llenar la papelería” para
dejarlo en libertad. Al ser retirado de la celda Abu-Gosh, vio con desdén, con
odio y con desprecio al anónimo oficial que lo condujo hasta donde estaba su
padre.
Ahora regreso a mi pequeña
confesión mi entrometido, atento y morboso lector.
Como de costumbre, caminaba hacia
mi casa al final de mi jornada de veinticuatro horas continuas. Las últimas
horas había bebido mucho café y además hacía mucho frío (no tanto como el del
país a donde pienso mudarme pronto) y por esas razones debía buscar un
sanitario a la mayor brevedad. Cuando entré a aquel sanitario del parque
ubicado en el centro capitalino, aquel ser sin nombre, sin edad y ahora sin
vida, me vio con el estribillo del ojo y sin pensarlo le clave cuarenta veces
aquel cuchillo de cocina, de aquel maldito árabe dueño de la ley, que aquella
fría mañana de diciembre me vio con desdén, con odio y con desprecio.
lunes, 22 de diciembre de 2014
El Culpable.
Por la calle mojada por la
lluvia va caminando el hombre culpable. Por la vida plagada de dificultades y
de personas molestas deambula la figura masculina del culpable. Sus ojos
irritados de tanto humo de carro, de cigarro y de tanta rabia; sus oídos
atrofiados por tanta bocina y tanto grito femenino; su boca amarga de tanto
alcohol, tanto veneno y tanta ira tragada; su cuerpo cansado y tembloroso de
tanto caminar buscando respuestas al otro lado de sus ventanas y de las
vitrinas. Ahí va el culpable, nadie lo voltea a ver, nadie sabe quién es él, la
sociedad ignora su existencia, los perros callejeros son los únicos que
reconocen sus pasos. Su mirada perdida refleja la indiferencia que siente por
los demás, sus ojos han extraviado la esperanza de volver a ver con alegría la
vida. Su pelo es largo y desaliñado, rizado y negro como su visión del futuro.
Su ropa está en buen estado aunque muy vieja, camisa de manga larga a cuadros
negros y rojos, playera negra bajo la camisa que usa desabotonada, pantalones
cortos de color café claro y con bolsos laterales, calcetines blancos y botas
de color negro. Es el hombre atrapado en la década anterior, es el hombre sin
revolución, es el hombre código de barras, es el hombre monocromático.
Su vida no ha sido fácil
pero hay que admitir que la vida de nadie es fácil. Siempre supo que él era la
excepción de la regla, siempre supo que estaba destinado para grandes cosas,
siempre estuvo equivocado. Su familia fue disfuncional, lo que significa que
fue una familia normal en medio de una sociedad leprosa. Como a todo infante,
se le crió para ser un hombre de bien, un ejemplo de responsabilidad, de buena
conducta, un buen marido, un buen padre, un autómata programado para ser
productivo y sumiso ante el presidente, el jefe, el padre ausente, la esposa.
El pequeño Ícaro fue creciendo y junto con él, los sueños de inmortalidad, las
ilusiones de ser un artista, un escritor, un genio, un exitoso lo-que-sea. Con
el tiempo vinieron las faldas y todos los problemas y responsabilidades junto
con las ínfimas ventajas y derechos que acarrean las mismas. Las endorfinas,
como siempre ha sucedido a lo largo de la historia, nunca le permitieron la
objetividad. A todo lo que debía aceptar le dijo “no”, a todo aquello a lo que
debía haber dicho que no, le dijo “sí acepto”. De esa forma terminó de amarrar
la soga al cuello de sus sueños, de esa manera firmó la sentencia de muerte a
su optimismo.
Ahí va el culpable, cansado
de tanto caminar y no llegar a ningún lado, cansado de coleccionar pesadillas y
sueños frustrados. Se le puede ver a veces caminando hacia atrás, tratando de
regresar el tiempo, intentando encontrar el instante de su vida cuando todo se
empezó a desmoronar. Algunas veces se le puede ver moviendo los labios,
susurrando viejas canciones, recitando olvidados poemas, contando historias que
nadie conoce. Pobre culpable, su vida fue prometedora, sus días debían estar
llenos de gloria y sus noches llenas de estrellas. Pobre culpable, el
darwinismo social lo engulló de un bocado y sin piedad. Lo que debieron ser sus
historias de vivencias ahora no son más que historias de supervivencia.
De bar en bar se puede ver
deambular al culpable, mendingando una cerveza por aquí, otra por allá; algunos
le ofrecen algo de comer pero él ofuscadamente rechaza los alimentos, él sólo
desea beber para calmar por unas horas su ansiedad de paz, su deseo de
tranquilidad. Sentado en una banqueta se le puede encontrar los viernes y
sábados por la noche, con una cerveza tibia a medio beber, un cigarro y el
deseo de no sentirse más culpable. Sentado y cabizbajo escucha las notas
musicales que escapan en medio de la jungla cacofónica de aquel lugar infestado
de vulgares cantinas, su voz imperceptible siempre susurra las mismas canciones
de protesta e inconformidad.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)