Sentado en una banca situada
frente a su facultad, se encuentra un estudiante con cara de tristeza, de
hastío, de decepción. Piensa en todo el tiempo que ha perdido estudiando una
carrera tan inútil, tan carente de utilidad en estos tiempos en lo que la computadora
domina todo ramo laboral en el mundo. Piensa en las razones estúpidas por las
cuales abandonó la facultad de ingeniería, recuerda el romanticismo ridículo
que lo llevó a seguir una carrera que nunca le iba a generar un empleo bien pagado.
Lleva un buen rato sentado en
aquella banca, al ir finalizando su quinto cigarrillo se acerca un compañero de
clases a preguntarle la razón que le provoca esa cara tan amargada. Cuando el
decepcionado le da cuenta de las razones el compañero le dice:
- ¿Cómo es que pensás eso?, date
cuenta que en este mundo el éxito no se mide por la cantidad de dinero que
ganás en un trabajo, eso es lo más ridículo que podés pensar. Podés ser feliz
con un trabajo humilde, podés sobrevivir con un salario mínimo. Recordá que si
hacés lo que amas el éxito va a venir por sí solo. Si sólo pensás en el dinero
jamás vas a ser feliz.
Dichas esas palabras el joven se
levanta, se despide y se retira del lugar. El decepcionado solo piensa en la adinerada
familia del joven que se acaba de ir y piensa en lo fácil que es hablar de no
necesitar dinero cuando la familia tiene lo suficiente para mantenerlo sin
trabajar.
Tres cigarrillos más tarde pasa
por el lugar aquella catedrática tan optimista que siempre le animó a seguir
adelante. Lo saluda y escucha el mismo argumento decepcionado, a lo que
responde:
- Hay decepcionado, usted deje de
estar pensando en esos absurdos. Trabajo hay, búsquelo y lo encontrará, deje de
estar quejándose porque ya no es un niño berrinchudo. Usted quiere ganar
millones de la noche a la mañana y la cosa no es así, hay que pasar años en un
trabajo para que le lleguen a pagar lo que usted quiere ganar.
El sermón dura unos minutos más,
luego ella se levanta, se despide y se larga del lugar, con la satisfacción de
haber ayudado a un alumno en apuros existenciales. Por mala suerte no crecí en
su época, por mala fortuna no hay trabajo en la universidad para alguien como
yo, por una mala jugada de la vida yo soy yo.
Él se queda sentado en la banca,
viendo a los estudiantes pasar y recordando que los únicos trabajos,
relacionados con sus estudios, que le han ofrecido son de ventas de libros.
Genial, cinco años quemándose las pestañas y lo único que puede hacer es vender
libros. No es que sea una labor deshonrosa pero… por favor, vender libros, y ni
siquiera es negocio propio, vender libros para enriquecer a alguien más.
Recuerda el trabajo ofrecido en un periódico, horario extendido, trabajar horas
extras no pagadas y con días de descanso casi cada dos semanas por menos que el
salario mínimo, vaya que es un campo profesional muy bueno.
El décimo cigarrillo está a punto
de morir. El decepcionado se levanta, tira la colilla del cigarro, escupe al
suelo, se acomoda los lentes y con los puños cerrados lanza un insulto en
silencio hacia el edificio que durante cinco años lo vio ir y venir. Debe
regresar al centro de llamadas donde es un número más, pero donde al menos gana
más que un profesional graduado de su facultad. La decepción es grande pero
tiene que resistir los agravios, el idioma extranjero y el “trabajo bajo
presión” porque las cuentas no se pagan por arte de magia y la medicina de la
abuela no es barata, ni el dinero que le debe dar a los delincuentes crece en
los árboles y ni el piloto del bus lo dejará viajar gratis (porque no es
ingeniero en sistemas para tener el dinero suficiente para comprarse un carro).
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