domingo, 17 de mayo de 2015

MOTIVO

Un crimen más, un crimen menos. Razones, motivos, excusas para el delito siempre existen, siempre son válidos para el criminal, inválidos para la víctima, indiferentes para mí. Este uniforme y esta placa me vuelven anónimo, me transfiguran, me empoderan. Puedo ser juez y verdugo cuando en realidad soy el criminal, como sucede frecuentemente. La ley me ayuda a poder realizar lo ilegal, la balanza de la justicia yo la hago balancear para el lado del mejor postor.
Si alguien está leyendo esto es porque ya debo estar muy lejos, en otro país, prófugo y disfrutando de los frutos de mis “comisiones”. Si quien lee este documento se pregunta por qué estoy escapando, le contaré a continuación.

Mis manos están teñidas con la sangre del infeliz que fue encontrado muerto en los baños públicos del parque ubicado en el centro capitalino. Nunca se supo quién fue el responsable, yo me encargué de que nunca se averiguara. Las noticias informaron que murió de 33 puñaladas en el pecho y abdomen, pero en realidad fueron cuarenta en el pecho, abdomen y espalda. El día del ataque fue un veinticuatro de diciembre, el año el lector lo sabrá porque fue un caso muy famoso.

Para no extraviar al lector, debo aclarar que el siguiente párrafo parecerá no tener relación alguna con mi historia pero… créame que sí, la tiene.

La mañana del veintitrés de diciembre el joven Ahmed Abu-Gosh, hijo de un árabe un tanto adinerado, salió de su casa en zona catorce para ir a casa de su novia, luego al supermercado a comprar comida y licor para la fiesta navideña de su club de “beneficencia y apoyo al desamparado”. A las diez de la noche del mismo día, fue detenido por una unidad policial por conducir a exceso de velocidad en estado de ebriedad y por intentar agredir al oficial que le hizo el alto con un cuchillo de cocina. El padre del detenido se presentó a la estación, donde estaba retenido el mencionado Ahmed, para llevar a cabo el procedimiento y “llenar la papelería” para dejarlo en libertad. Al ser retirado de la celda Abu-Gosh, vio con desdén, con odio y con desprecio al anónimo oficial que lo condujo hasta donde estaba su padre.

Ahora regreso a mi pequeña confesión mi entrometido, atento y morboso lector.


Como de costumbre, caminaba hacia mi casa al final de mi jornada de veinticuatro horas continuas. Las últimas horas había bebido mucho café y además hacía mucho frío (no tanto como el del país a donde pienso mudarme pronto) y por esas razones debía buscar un sanitario a la mayor brevedad. Cuando entré a aquel sanitario del parque ubicado en el centro capitalino, aquel ser sin nombre, sin edad y ahora sin vida, me vio con el estribillo del ojo y sin pensarlo le clave cuarenta veces aquel cuchillo de cocina, de aquel maldito árabe dueño de la ley, que aquella fría mañana de diciembre me vio con desdén, con odio y con desprecio.

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