lunes, 22 de diciembre de 2014

El Culpable.

Por la calle mojada por la lluvia va caminando el hombre culpable. Por la vida plagada de dificultades y de personas molestas deambula la figura masculina del culpable. Sus ojos irritados de tanto humo de carro, de cigarro y de tanta rabia; sus oídos atrofiados por tanta bocina y tanto grito femenino; su boca amarga de tanto alcohol, tanto veneno y tanta ira tragada; su cuerpo cansado y tembloroso de tanto caminar buscando respuestas al otro lado de sus ventanas y de las vitrinas. Ahí va el culpable, nadie lo voltea a ver, nadie sabe quién es él, la sociedad ignora su existencia, los perros callejeros son los únicos que reconocen sus pasos. Su mirada perdida refleja la indiferencia que siente por los demás, sus ojos han extraviado la esperanza de volver a ver con alegría la vida. Su pelo es largo y desaliñado, rizado y negro como su visión del futuro. Su ropa está en buen estado aunque muy vieja, camisa de manga larga a cuadros negros y rojos, playera negra bajo la camisa que usa desabotonada, pantalones cortos de color café claro y con bolsos laterales, calcetines blancos y botas de color negro. Es el hombre atrapado en la década anterior, es el hombre sin revolución, es el hombre código de barras, es el hombre monocromático.

Su vida no ha sido fácil pero hay que admitir que la vida de nadie es fácil. Siempre supo que él era la excepción de la regla, siempre supo que estaba destinado para grandes cosas, siempre estuvo equivocado. Su familia fue disfuncional, lo que significa que fue una familia normal en medio de una sociedad leprosa. Como a todo infante, se le crió para ser un hombre de bien, un ejemplo de responsabilidad, de buena conducta, un buen marido, un buen padre, un autómata programado para ser productivo y sumiso ante el presidente, el jefe, el padre ausente, la esposa. El pequeño Ícaro fue creciendo y junto con él, los sueños de inmortalidad, las ilusiones de ser un artista, un escritor, un genio, un exitoso lo-que-sea. Con el tiempo vinieron las faldas y todos los problemas y responsabilidades junto con las ínfimas ventajas y derechos que acarrean las mismas. Las endorfinas, como siempre ha sucedido a lo largo de la historia, nunca le permitieron la objetividad. A todo lo que debía aceptar le dijo “no”, a todo aquello a lo que debía haber dicho que no, le dijo “sí acepto”. De esa forma terminó de amarrar la soga al cuello de sus sueños, de esa manera firmó la sentencia de muerte a su optimismo.

Ahí va el culpable, cansado de tanto caminar y no llegar a ningún lado, cansado de coleccionar pesadillas y sueños frustrados. Se le puede ver a veces caminando hacia atrás, tratando de regresar el tiempo, intentando encontrar el instante de su vida cuando todo se empezó a desmoronar. Algunas veces se le puede ver moviendo los labios, susurrando viejas canciones, recitando olvidados poemas, contando historias que nadie conoce. Pobre culpable, su vida fue prometedora, sus días debían estar llenos de gloria y sus noches llenas de estrellas. Pobre culpable, el darwinismo social lo engulló de un bocado y sin piedad. Lo que debieron ser sus historias de vivencias ahora no son más que historias de supervivencia.

De bar en bar se puede ver deambular al culpable, mendingando una cerveza por aquí, otra por allá; algunos le ofrecen algo de comer pero él ofuscadamente rechaza los alimentos, él sólo desea beber para calmar por unas horas su ansiedad de paz, su deseo de tranquilidad. Sentado en una banqueta se le puede encontrar los viernes y sábados por la noche, con una cerveza tibia a medio beber, un cigarro y el deseo de no sentirse más culpable. Sentado y cabizbajo escucha las notas musicales que escapan en medio de la jungla cacofónica de aquel lugar infestado de vulgares cantinas, su voz imperceptible siempre susurra las mismas canciones de protesta e inconformidad.

Pobre culpable, no sabe que su hora se acerca, ignora que su culpa no es sencilla, ignora que su culpa es un delito grave en su país. Desgraciado culpable, desconoce lo ridículo de las leyes de su nación, no entiende que defenderse del dueño de los medios de producción es una condena segura, no entiende que aquel puñetazo que le propinó una semana atrás al dueño del Lexus que intentó atropellar al perro jiotoso que era su amigo, le costará su libertad, le costará la vida… ¡Pobre culpable!