Mi partida de nacimiento indica que vine a este mundo la tarde del cinco de febrero del año mil novecientos ochenta. Eso quiere decir que soy un hombre del siglo pasado, por tanto, tengo algunos recuerdos bastantes claros de los últimos quince o catorce años previos al año dos mil (el comienzo del siglo veintiuno).
No puedo decir que presté atención a cada detalle y suceso de ese tiempo transcurrido, pues como todo buen niño y luego adolescente representante de la llamada generación “X”, el mundo y lo que sucedía en él, eran cosas que tenían un valor igual a cero en mi escala de valores y preocupaciones; sin embargo, como mencioné al principio, tengo algunos recuerdos grabados con tinta indeleble en mi memoria, y los eventos que no llegaron a formar un recuerdo en la misma, pues vuelven a mi gracias a este útil artefacto (inventado precisamente el siglo pasado) que llamamos computadora con conexión a internet.
Tomando en cuenta las últimas líneas del anterior párrafo, ya se habrá descubierto que hice uso de este magnífico invento para poder comentar respecto a ese periodo de tiempo. Es interesante ver las contradicciones existentes en los eventos del siglo pasado, un claro ejemplo de lo que digo es la búsqueda de paz por medio de la guerra; puedo mencionar también el uso de ondas de radio que hizo Marconi para unir Europa y América (una forma eficiente de mantener cerca dos lugares geográficamente alejados), y unos años después una tecnología que debía servir de igual forma para acercar personas (internet), resulta que ahora las aísla cada vez más.
Puedo seguir con sucesos mucho más importantes, pero me parece fuera de lugar dar una visión demasiado general del siglo veinte, como si la contara alguien más (una eminencia en historia o un cronista por ejemplo) cuando en realidad quiero explicar mi propia versión de lo poco que viví de ese ajetreado centenar de años.
El siglo veinte fue para mí, un lugar difícil pero grandioso para vivir, me gustó se parte de un momento de transición de generaciones; fui educado mediante una mezcla de métodos antiguos y nuevas tecnologías, me refiero a que mis profesores aún me castigaron con un buen reglazo en las manos y luego me hicieron pasar a la clase de computación para aprender a utilizar D.O.S., BASIC y LOTUS. Recuerdo las tardes de juego en las calles con mis amigos, era genial jugar una “chamusca”, luego jugar “tenta” y “arranca-cebolla” y luego ir a la casa de alguien que tuviera un atari o la sensación del momento, un “Nintendo”. Eso, sólo por mencionar algo de mi niñez.
Mi adolescencia transcurrió sin Facebook ni Twitter, mucho menos Youtube; mi contacto con el mundo era a través de la televisión (sin servicio de cable por supuesto, ese era un lujo que pocos se daban a principios de los años noventa). Fue increíble poder ver un eclipse total de sol, observar esas sombras dobles que se formaban en el suelo, estar atento a las noticias que relataban paso a paso el proceso del oscurecimiento y escuchar en ciertas casas a los ancianos golpear cacerolas para ayudar al sol y a la luna. Recuerdo el horror que me provocó el “Serranazo”, no sabía de que se trataba, pero me dio miedo ver a tantas personas armadas en la calle; recuerdo la primera vez que un acorde distorsionado de guitarra hizo vibrar mis tímpanos y mis neuronas; recuerdo mi sorpresa al enterarme que podía obtener música gratuita por medio del internet, increíble, podía descargar una sola canción en mas o menos medio día; también recuerdo la sorpresa que me causó enterarme del obsequio que recibió uno de mis mejores amigos, nada mas y nada menos que un celular, su familia debía ser adinerada, pues un celular no cualquiera lo podía tener.
Así transcurrieron mis primeros veinte años de vida, sumergido en el fin de un siglo lleno de avances y de prejuicios, lleno horrores y de cosas hermosas. La concepción que se tenga de ese tiempo, obviamente va a ser muy diferente de persona a persona, y en mi caso, será aún más distinta por la diferencia de edad que tengo con mis compañeros de clase mas cercanos (que es con quienes mas afinidad y contacto tengo en mi diario ir y venir), debido a que en esos últimos veinte años hubo una serie de cambios que se gestaron de una forma muy acelerada y que nos vuelve dos generaciones desconocidas entre sí (a pesar de vivir en un mismo país, en una misma ciudad); así que esta diferencia de edad, que es en promedio unos diez años, crea un brecha que pareciera infranqueable, y digo pareciera, porque en realidad no ha sido así.
Como comentario final, sólo deseo agregar que el siglo veinte fue un tiempo de alegría y sufrimiento que formó el hombre que soy hoy, para bien o para mal. También diré que no me hubiera gustado nacer en ningún otro punto de ese siglo (bueno, tal vez en la década de los cincuenta para ser un adolescente en los sesenta).